miércoles, 14 de octubre de 2009

Parte de mi vida

Ella era una pequeña que desde muy temprana edad habia formado su mundo, apartandose casi completamente de su entorno, buscando de vez en cuando algun tipo de acercamiento con gente que ella amaba. Solia inventar historias en las cuales creaba heroinas y les daba un matiz melancolico a sus dialogos. Siempre sola, aun cuando tenia oportunidad de jugar con los otros niños.
Era ciertamente añiñada, incluso cuando los primeros años de la pubertad comenzaban a tallar sus actuales formas voluminosas en su cuerpo, pero en su rostro y en su mirada se adivinaban profundos rasgos seductores; de rasgos latinos su boca y su cuerpo y europea sus ojos, ellos eran de un color turquesa intenso, su cabello era enrulado pero suave cy el color era de un marron caoba oscuro, color que casi no se veia en otras criaturas, y eso la diferencio de la gente comun, mas que nada cuando el se cruzo en su camino, no queriendo ni sabiendo que era ella a quien busco desde que su vida se hizo oscura. 

Ella supo tener muy pocas personas a su lado, y como dije anteriormente, eran personas que ella amaba profundamente, tenian una afinidad casi animal, pero con el devenir de los años, esas personas no supieron corresponderle, ni ella tampoco a ese entorno, consecuencia tal, que se fueron alejado mutuamente. 
Los años de secundaria fueron tortuosos,  ella guardaba sus heridas, heridas que eran provocadas por las personas con las cuales le habia tocado convivir diariamente, mostrandole un mundo que ella consideraba inferior, y bruto, demasiado bruto. Y fue por eso que se alejo aun mas, provocando mas burla y mas odio a esta gente. Y como consecuencia mas lejania, y desprecio. 

Era secretamente especial, tenia un brillo unico, como una noctiluca en el mar, que se iluminaba cuando las olas rompian en la orilla, los demas la consideraban fea, y realmente no lo era.


Finalmente encontro paz en las noches de verano, en los que salia a liberarse, y a mirar la inmensidad del mar, compartiendo sus lagrimas con la luna, y muchas veces dejandose mojar por la lluvia. Sentia como se iba mojando su cuerpo y era esa sensacion de las gotas y el frio en su piel la que le hizo despertar su sensualidad salvajisima, ella se dejaba poseer tal como si fuera un amante sin escrupulos con la lluvia, cerraba sus ojos relajando su cuerpo al maximo, sintiendo el agua recorrer y penetrar los rincones de su cuerpo, gozando de la naturaleza cuando todos corrian a esconderse, disfrutando del frio que le provocaba la humedad y la arena que rozaba con toda su aspereza, su pelo enredado libre al viento la ponian en serio contraste con la inmunda sociedad que la rodeaba, tratando de hacerla cambiar o borrar su escencia.

Fue un atardecer color violeta que El la vio sin que ella lo supiera, y verla fue como una navaja cortandole hasta su respiracion tan confiada. Por un instante quedo contemplando absorto, y no pudo mas que huir con desesperacion y su miedo por primera vez, aquel que creyo que ya no quedaba nada por ver encontro a alguien a quien no podia descubrir sus pensamientos, algo conocido, demsiado conocido para El. Su mundo se hizo trizas al darse cuenta y casi a regañadientes, cn lagrimas en sus ojos y en su huida hacia su mas profunda oscuridad, se volteo con una sensacion de profunda extrañeza y ganas de grabar para siempre en su retina aquel perfil.

---------------------------------------------------------------------------------------------


Aquel invierno ella se dedico a sumirse en sus historias favoritas, con el tiempo fue ganando una creatividad para esas historias que asombraban a cualquier profesor, haciendole merecer mejores notas. Mas su vida tornaba un matiz cada vez mas amargo. Sola como estaba se hundia aun mas en una profunda melancolia, tornando su vida color violeta, y negro, tal y como vestia su delicado cuerpo. Con una extrema femeneidad que lo transmitia en su ropa tan eterea y romantica, similar a la de un hada magica y oscura.
Y el comenzo a visitarla en su plenitud de talento, era su invisible musa mientras escribia, y en el secreto de su habitacion, mientras ella reposaba su delicado sueño la contemplaba en su totalidad, deseando absorber nuevamente ese aroma a angel que otrora supo exitar sus mas privadas fantasias.

Una noche, susurro a su oido mientras dormia, y ella con su boca entreabierta, le susurraba:
-Amor mio, no me dejes ir esta vez: tomame, yo te amo y quiero estar por siempre a tu lado.
Para terminar diciendo "Te amo" fundiendo su voz con la de El, acto seguido estallaba en un orgasmo de placer, jadeando mostrandose, muriendo bajo su cuerpo... perdiendo la razon, sin entender el porque cuando despertaba.

---------------------------------------------------------------------------------------------

Como no tenia amigos, se hundia mas y mas en la literatura, mas encontro tambien poder y fuerza en la musica, y de ahi comenzaron a aflorar sus sentimientos mas melancolicos, llenos de recuerdos de su infancia, recuerdos unicos e imborrables, donde cabian las historias mas bonitas que una chica podia imaginar.



Cierta vez en su andar erratico fue presa de la violencia mas absoluta, ella oyo como un coche frenaba tras de si y alguien se aproximo muy rapidamente y puso su mano sobre su boca y la hirio en la espalda, llevadola hacia un lugar que nadie se imaginaba, dejando en esa calle, un rastro de sangre, y desconcierto.

Cuando volvio a despertar, sentia un dolor intenso, estaba semidesnuda y tenia nauseas, evocaba un nombre entre lagrimas de dolor, y no comprendia lo que estaba diciendo.
Entonces sucedio:
Su habitacion se lleno de un extraño olor a ozono, y ella no entendia porque. Luego un susurro conocido, tal vez de otra vida, y se sintio extrañamente acompañada y aliviada.
-Me amas: dijo aparentemente a la nada, pero con mucha seguridad, afirmandolo, sintiendo como la amaba;
-Niña tu eres la princesa que yo perdi en un rio que luego se tiño de sangre; y estoy perpetuamente enamorado de tu carne, tu corazon que late con el mio; porque tu eres mi mas grande y extraño amor, y asi como nunca supe dar mi vida por nadie la dare ahora por ti.
A lo que tomo una antorcha y procedio a iluminar el camino
Ella alzo su vista asombrada de verlo. Y corrio hacia El, pero El ya estaba junto a ella teniendola en sus brazos.
Niña dejame salvarte- dijo.
Mas ella lloraba, moria a cada minuto mientras El se entregaba, se corporizaba lentamente, recibiendo los disparos que iban a ser para ella.
Y caia en su afan por demostrarle aquel amor, y en su desesperacion ella se abria una herida nueva, sin darse cuenta lo que estaba haciendo, y entregaba su sangre eterna, de amante y esposa, a su compañero, y el bebia aquel elixir que lo iba a despegar de aquella muerte segura, uniendolo a Ella a el con lazos que ya jamas podrian destruirlos ni separarlos, dandole a ella su tan ansiado motivo para seguir viviendo, y devolviendole al principe, su princesa perdida, que en su momento no supo rescatar. Y en aquel rincon el beso los unio en un placer supra sensual, del que ella no querra despertar jamas.

De Violeta para mi hermanito menorde Uruguay


martes, 6 de octubre de 2009

El regalo

Mañana sería Navidad, y aún mientras viajaban los tres hacia el campo de cohetes, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo por el espacio del niño, su primer viaje en cohete, y deseaban que todo estuviese bien. Cuando en el despacho de la aduana los obligaron a dejar el regalo, que excedía el peso límite en no más de unos pocos kilos, y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban la fiesta y el cariño.
El niño los esperaba en el cuarto terminal. Los padres fueron allá, murmurando luego de la discusión inútil con los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, nada. ¿Qué podemos hacer?
-¡Qué reglamentos absurdos!
-¡Y tanto que deseaba el árbol!
La sirena aulló y la gente se precipitó al cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar, y el niño entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo- dijo el padre.
-¿Qué?...- preguntó el niño.
Y el cohete despegó y se lanzaron hacia arriba en el espacio oscuro. El cohete se movió y dejó atrás una estela de fuego, y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, subiendo a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea, según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
Había un único ojo de buey, una "ventana" bastante amplia, de vidrio
tremendamente grueso, en la cubierta superior.

-Todavía no- dijo el padre. -Te llevaré más tarde.
-Quiero ver donde estamos y adonde vamos.
-Quiero que esperes por un motivo- dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y otro, pensando en el regalo abandonado, el problema de la fiesta, el árbol perdido y las velas blancas. Al fin, sentandosé, hacía apenas cinco minutos, creyó haber encontrado un plan. Si lograba llevarlo a cabo este viaje sería en verdad feliz y maravilloso.
-Hijo- dijo -,dentro de media hora, exactamente, será Navidad.
-Oh- dijo la madre consternada. Había esperado que, de algún modo, el niño olvidaría.
El rostro del niño se encendió. Le temblaron los labios.
-Ya lo sé, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron...
-Sí, sí, todo eso y mucho más- dijo el padre.
-Pero...- empezó a decir la madre.
-Sí- dijo el padre- Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo enseguida.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Puedo tener tu reloj?- preguntó el niño.
Le dieron el reloj y el niño sostuvo el metal entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el movimiento insensible.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-A eso vamos- dijo el padre y tomó al niño por el hombro.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La
madre los seguía.

-No entiendo.
-Ya entenderás. Hemos llegado- dijo el padre.
Se detuvieron frente a la puerta cerrada de una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, en código. La puerta se abrió y la luz llegó desde la cabina y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo- dijo el padre.
-Está oscuro.
-Te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró, y el cuarto estaba, en verdad, muy oscuro. Y ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, ojo de buey, una ventana de un metro y medio de alto y dos metros de ancho, por la que podían ver el espacio.
El niño se quedó sin aliento.
Detrás, el padre y la madre se quedaron también sin aliento, y entonces en la oscuridad del cuarto varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad, hijo- dijo el padre.

Y las voces en el cuarto cantaban los viejos, familiares villancicos; y el
niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el vidrio frío del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, mirando simplemente el espacio, la noche profunda, y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas...

Mil Grullas (de la coleccion cuentos de mi corazon)

Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando. Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.

Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo. ¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos. Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...

Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa. -No tengo hambre –le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía. -Te dejo mi vianda –y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares. Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable. A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases. Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque... Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque... Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! –pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local. Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra... –decía el abuelo–. Todo acaba algún día... –comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi? El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo. Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
Lento se apaga
El verano
Enciendo
Lámpara y sonrisas.

Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos. El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese. La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la cmisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca...

Y los dos deseos se cumplieron. Pero el mundo tenía sus propios planes...
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento ,un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko...” por última vez. Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez. Miles de hombres piensan en mañana por última vez. Naomi sale para hacer unos mandados. Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río. Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles,animales, puentes y el pasado de Hiroshima. Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa , ni retomar ningún camino querido. Nadie será ya quien era. Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios! Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana. El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar. Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura. Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro... –susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama. –Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta...
Mil grullas...o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita, Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi –le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.

Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el por qué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que ,hasta ese día, había habido allí. Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho. La tijera la llevaba oculta entre sus ropas. Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar los mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, El muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.

Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos. No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió. Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres. Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando, Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos. -Son hermosas, Toshi-san... Gracias...
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas –y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, el entreabrir por unos instantes la ventana. Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intermperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?